sábado, marzo 01, 2008


Escrito por Hernán Maturana
Hace algunos días acompañé una misión venida desde Santiago, quienes andaban prospectando comunidades de agua. El primer día visitamos la comuna de Lonquimay, tierra de pehuenches u “hombres del piñon”. Desde Temuco emprendimos el viaje hacia la comuna pasando por la cuesta de Las Raíces, el pueblo de Lonquimay, siguiendo por La Fusta orillando la laguna Galletúe, entremedio de bosques de Araucarias milenarias, camino que nos llevaría donde las comunidades pehuenches que se reunirían con nosotros.
Las exclamaciones de admiración por el paisaje, se sucedían a cada momento, en especial por una de nuestras visitas, quien provenía del viejo continente. Íbamos en busca del agua, don tan preciado en estos días de sequía y a ver como se organizaban para el riego. Así acompañados de las y los pequeños productores pehuenches, llegamos a un pequeño riachuelo perdido en un bosquete de araucarias, el cual suministraba el vital elemento a las comunidades.
El paisaje en los ojos de una extranjera
Indiscutiblemente el estar ahí, en ese oasis en medio de la estepa, más que compensaba el esfuerzo por llegar hasta esos lugares. El sonido del agua, el trinar de los pájaros, el susurro del viento, hacia que esos momentos fueran mágicos. Hasta aquí nada de extraño y podría ser una gira más a terreno de las tantas que ocurren diariamente.
Lo distinto y lo que motiva esta columna es el comportamiento de la hermosa extranjera, quien además de ser joven, tener unos ojos luminosos que se confundían con los lagos y el cielo de Lonquimay, mostró una calidez y ternura hacia los nativos del lugar, que fue mucho más allá de lo estrictamente profesional. Se acercó a las y los pequeños productores, interesándose no solo en como lo hacían para regar, sino que en su forma de vida, sus intereses, su pasar en los duros inviernos cubiertos de nieve, en fin una lección de vida para aquellos que desprecian a nuestros antepasados y los miran con desdén.
Para mis adentros pensaba en lo poco que valoramos nuestras riquezas naturales y a nuestros pueblos originarios y en como dos mundos tan distintos, el de la Francia desarrollada con su aporte a la cultura y cuna de la libertad y el de una gente tan sencilla, en un rincón cordillerano, eran capaces de entenderse sin problema alguno.
Aprendamos a valorar lo nuestro
Qué gran lección para aquellos que en nuestra Región de La Araucanía, miran en menos al pueblo mapuche y lo culpan de gran parte de los problemas que nos aquejan. Qué gran lección para aquellos que no aprecian nuestras bellezas naturales y van en busca de entornos que suponen paradisíacos en otros lugares, sin darse cuenta que están aquí en nuestra querida Región.
En fin, aprendamos de la sencillez de aquellos que por haber recorrido el mundo, pueden apreciar en toda su intensidad la naturaleza que les rodea y la sencillez de la gente. El retorno lo hicimos por Melipeuco hacia Temuco, pasando por el lago Icalma y más bosques de araucarias, que se mezclaban con raulíes y coigües en un día de sol esplendoroso, imágenes que estoy seguro, nuestra amiga del viejo continente, se llevó en su corazón, al igual que las inquietudes de la gente.